Jacob Ruysdael: El molino de Wijk, h. 1670, lienzo, 83 × 101 cm, Rijksmuseum, Ámsterdam..
El flamenco Rubens pintó al final de su vida algunos cuadros que se cuentan entre la pintura paisajista europea más importante.
Fue en el Barroco cuando la pintura de paisajes se estableció definitivamente como un género en Europa, con el desarrollo del coleccionismo, como una distracción para la actividad humana. Es un fenómeno propio del norte de Europa que se atribuye, en gran medida, a la reforma protestante y el desarrollo del capitalismo en los Países Bajos. La nobleza y el clero, hasta entonces los principales clientes de los pintores, perdieron relevancia, siendo sustituidos por la burguesía comerciante. Las preferencias de ésta no iban hacia las complejas pinturas de historia, con temas de la Antigüedad clásica, la mitología o la Historia Sagrada, ni hacia complejas alegorías, sino que preferían temas sencillos y cotidianos, por lo que alcanzaron independencia géneros hasta entonces secundarios como el bodegón, el paisaje o la escena de género. Se produjo tal especialización que cada pintor se dedicaba a un tipo de paisaje específico. Así había pintores que tomaban como tema los «países bajos», esto es, los terrenos que quedaban bajo el nivel del mar, con sus canales, pólders y molinos de viento; destacaron en este tipo van Goyen, Jacob Ruysdael y Meindert Hobbema. Hendrick Avercamp se especializó en estampas invernales, con estanques helados y patinadores.
Rubens: Paisaje con arco iris, 1636-38, óleo sobre tabla, 94 × 123 cm, Alte Pinakothek, Múnich..
Otros se especializaron en pintar animales. Por ejemplo, Paulus Potter suele pintar vacas dentro del paisaje de las llanuras y los pastos holandeses. Hubo quien se especializó en marinas, diferenciándose entre quienes retrataban los barcos en las tranquilas aguas de los puertos (Jan van de Cappelle, Willem van de Velde el joven) y los que preferían el mar agitado por los vientos y las olas.
Hubo quien cultivó el paisaje urbano, las perspectivas de las ciudades holandesa, con sus casas de ladrillos y las agujas de las iglesias en el horizonte, como Gerrit Adriaenszoon Berckheyde o Carel Fabritius. Aunque Vermeer se dedicó sobre todo a la escena de género, pintó el paisaje urbano más conocido de la época; su Vista de Delft, fue considerada por Marcel Proust como «el cuadro más bello del mundo», e inmortalizó esta pintura en su obra En busca del tiempo perdido.2
Finalmente, se desarrolló un sub-género exclusivamente holandés como el cuadro de arquitectura que representaba el interior de las iglesias; en esta última línea destacaron Saenredam y De Witte. La gran especialización de los pintores holandeses no impedía que, en ocasiones, se combinasen los diversos temas artísticos, y así Fabritius pintó una vista de Delft, con un tenderete de vendedor de instrumentos musicales en primer plano, combinando así el paisaje urbano con el bodegón.
Mientras que en el Norte de Europa se desarrollaba con esa amplitud todo tipo de paisajes puros, en el sur seguía precisándose una anécdota religiosa, mítica o histórica como pretexto para pintar paisajes. Se trataba del paisaje llamado «clásico», «clasicista» o «heroico», de carácter idílico, que no se correspondían con ninguno concreto que existiera realmente, sino construidos a partir de elementos diversos (árboles, ruinas, arquitecturas, montañas...). El título del cuadro y los pequeños personajes perdidos en la naturaleza dan la clave de la historia representada en lo que a simple vista parece sólo un paisaje. Este tipo fue creado por el clasicismo romano-boloñés, y en concreto por el más destacado de sus pintores, Annibale Carracci, en cuya Huida a Egipto los personajes sagrados tienen menos importancia que el paisaje que les rodea.
«Paisaje heroico»: La Primavera, también conocido como Adán y Eva en el Paraíso terrenal, de Nicolas Poussin, 1660-64, óleo sobre lienzo, 117 x 160 cm, Museo del Louvre, París..
Esta línea siguieron los dos grandes paisajistas franceses, formados en Italia: Nicolas Poussin y Claudio Lorena. Lorena es considerado un paisajista moderno debido a que observó atentamente la naturaleza e hizo estudios al aire libre sobre la luz a las diferentes horas del día, las sombras sobre los edificios, los reflejos en el agua. Sin embargo, aunque realizó algunos paisajes puros, la inmensa mayoría de su obra sigue teniendo como tema una historia religiosa o mitológica y para ello incluye figuras humanas, a veces ejecutadas por mano de otros pintores. Tuvo enorme influencia en la pintura romántica e incluso en el impresionismo.
«Paisaje heroico»: La Primavera, también conocido como Adán y Eva en el Paraíso terrenal, de Nicolas Poussin, 1660-64, óleo sobre lienzo, 117 x 160 cm, Museo del Louvre, París..
Otros se especializaron en pintar animales. Por ejemplo, Paulus Potter suele pintar vacas dentro del paisaje de las llanuras y los pastos holandeses. Hubo quien se especializó en marinas, diferenciándose entre quienes retrataban los barcos en las tranquilas aguas de los puertos (Jan van de Cappelle, Willem van de Velde el joven) y los que preferían el mar agitado por los vientos y las olas.
Hubo quien cultivó el paisaje urbano, las perspectivas de las ciudades holandesa, con sus casas de ladrillos y las agujas de las iglesias en el horizonte, como Gerrit Adriaenszoon Berckheyde o Carel Fabritius. Aunque Vermeer se dedicó sobre todo a la escena de género, pintó el paisaje urbano más conocido de la época; su Vista de Delft, fue considerada por Marcel Proust como «el cuadro más bello del mundo», e inmortalizó esta pintura en su obra En busca del tiempo perdido.2
Finalmente, se desarrolló un sub-género exclusivamente holandés como el cuadro de arquitectura que representaba el interior de las iglesias; en esta última línea destacaron Saenredam y De Witte. La gran especialización de los pintores holandeses no impedía que, en ocasiones, se combinasen los diversos temas artísticos, y así Fabritius pintó una vista de Delft, con un tenderete de vendedor de instrumentos musicales en primer plano, combinando así el paisaje urbano con el bodegón.
Mientras que en el Norte de Europa se desarrollaba con esa amplitud todo tipo de paisajes puros, en el sur seguía precisándose una anécdota religiosa, mítica o histórica como pretexto para pintar paisajes. Se trataba del paisaje llamado «clásico», «clasicista» o «heroico», de carácter idílico, que no se correspondían con ninguno concreto que existiera realmente, sino construidos a partir de elementos diversos (árboles, ruinas, arquitecturas, montañas...). El título del cuadro y los pequeños personajes perdidos en la naturaleza dan la clave de la historia representada en lo que a simple vista parece sólo un paisaje. Este tipo fue creado por el clasicismo romano-boloñés, y en concreto por el más destacado de sus pintores, Annibale Carracci, en cuya Huida a Egipto los personajes sagrados tienen menos importancia que el paisaje que les rodea.
«Paisaje heroico»: La Primavera, también conocido como Adán y Eva en el Paraíso terrenal, de Nicolas Poussin, 1660-64, óleo sobre lienzo, 117 x 160 cm, Museo del Louvre, París..
Esta línea siguieron los dos grandes paisajistas franceses, formados en Italia: Nicolas Poussin y Claudio Lorena. Lorena es considerado un paisajista moderno debido a que observó atentamente la naturaleza e hizo estudios al aire libre sobre la luz a las diferentes horas del día, las sombras sobre los edificios, los reflejos en el agua. Sin embargo, aunque realizó algunos paisajes puros, la inmensa mayoría de su obra sigue teniendo como tema una historia religiosa o mitológica y para ello incluye figuras humanas, a veces ejecutadas por mano de otros pintores. Tuvo enorme influencia en la pintura romántica e incluso en el impresionismo.
«Paisaje heroico»: La Primavera, también conocido como Adán y Eva en el Paraíso terrenal, de Nicolas Poussin, 1660-64, óleo sobre lienzo, 117 x 160 cm, Museo del Louvre, París..
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